Abril 2008

Haikus destacados por los participantes del foro
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Viento
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Abril 2008

Mensaje por Viento »

Cuando los discípulos de Lie Tse le rogaron que les adoctrinase, el maestro taoísta comenzó su “Tratado del vacío perfecto” comentando haber “entendido algunas cosas” de su maestro. Mediante esta “humildad ritual”, Lie Tse trataba de no avergonzar a éste si, en algún momento, llegara a desarrollar erróneamente algún apartado de su filosofía.

Desde que comencé a escribir en “El Rincón del Haiku”, creo haber entendido algunas cosas e intentaré aplicarlas a mi selección de este mes de abril.

Gracias a Luis Corrales por concederme este privilegio. Para mí es un honor.


Santiago Larreta Irrisarri nos ha transmitido dos imágenes dignas de ser contempladas alguna vez a lo largo de una vida:

un poco de niebla
cubriendo el río...
¡qué altos los chopos!


La misión del haijin es ver más allá de lo que los preceptos y los condicionantes sociales nos obligan: es un ser capaz de redescubrir el mundo y otorgarle una nueva dimensión estética o espiritual. En este haiku, lo terrenal, nuestro mundo, nuestro parapeto de seguridad, se difumina: el río y con él la ribera casi se encuentran ocultos por esa escasa niebla que se ha extendido a nuestra altura. Algo, no obstante, se encuentra por encima de ese “no ser visto”, de ese espacio oculto: los chopos, símbolos de los ríos, del frescor, de la vida, se alzan sobre ese terreno casi volátil y en ese momento no pueden ser comparados con nada de lo que les rodea. Son los chopos del río, vistos tal y como ellos son, redescubiertos. Una parte casi oculta de la existencia ha posibilitado el hallazgo de esos chopos como si fueran lo único que existe sobre la faz de la tierra. Y ahora podemos verlos.

!qué lástima!
una mota oscura
en la flor nueva!


El poeta de haikus, por antonomasia, es un amante de lo natural, del sabor originario de las cosas, del mundo primitivo en donde el hombre casi no tiene existencia (“lo sagrado”, diría Vicente Haya). Si Santiago fuera budista, este haiku de conmiseración sería un buen ejemplo de su doctrina. Sin embargo, lo único que encontramos en estos versos es el corazón de un hombre ansioso de atestiguar la esencia más pura de todos y cada uno de los seres que existen sobre la tierra. El poeta se encuentra con una flor que acaba de aparecer dentro de este mundo, dentro de este maramagnum de sufrimientos y sinsentidos. La pureza que ostenta esa flor es un signo de “lo sagrado” que, desde hace tiempo, se pudiera atestiguar, pero “una mota oscura” ya ha hecho su trabajo y lo que en principio se suponía inmaculado, ya no lo es. Nuevamente, todo vuelve a formar parte del devenir de la existencia y el haijin se lamenta de no haber podido, quizás, salvar a esa flor nueva que acababa de surgir.

Raijo es testigo de una imagen atemporal que merece la pena de inmortalizar: la extraña e indeseada relación entre los hombres y las moscas.

Nube de moscas
esquivando abanicos
de un corro de gente


Todo en este haiku se encuentra lleno de vida. No hay ningún artificio literario innecesario, todo es esencial. El primer verso nos muestra la cotidianidad de un hecho que todo hombre recuerda haber vivido: contemplar un montón de moscas. El haber elegido la expresión coloquial “Nube de moscas” nos introduce en un mundo atemporal que va más allá de nuestra existencia: todos hemos oído a nuestros padres hablar también de “nubes de moscas” y, posiblemente, nuestros abuelos también lo designaran de esta forma y así generación tras generación, desde que las moscas, las nubes y los hombres dieron en coincidir. Por supuesto, también se encuentra presente el calor con el cual las moscas hacen su aparición en el mundo de lo humano –el kigo-. El segundo verso se encuentra cargado de inocencia y dramatismo: las personas, inocentemente –o no tanto- mueven sus abanicos, casi sin importarles el aplastar o no a alguna mosca; pero el hecho es que las moscas mueren y no le damos mayor importancia. Matamos, extinguimos vidas de manera inconsciente, simplemente por tratarse de seres más pequeños que nosotros y que nos “molestan”. La imagen, como si de un espejo se tratara, se duplica en el tercer verso: muchas moscas, muchas personas, un “corro de gente”, que sigue con vida porque no hay nadie que pueda ponerles en peligro por el momento. El enfrentamiento entre la vida y la muerte, a partir de una unión entre moscas y humanos, totalmente incomprensible para nosotros. Pero ahí están las moscas, muriendo a nuestras manos y siguiendo junto a nosotros desde nuestros orígenes.


Mavi es una haijin que tiene el don de trasmitirnos el sabor de cada uno de sus haikus: las palabras correctas en el orden preciso con la musicalidad adecuada es lo que nos brinda en cada uno de sus poemas, de manera que vemos, sentimos y experimentamos aquello que la autora contempla, haciéndonos partícipes y protagonistas de sus mismas vivencias. Sus haikus son un fragmento perfecto de la realidad.

Al desclavarlo
del surco último
el arado reluce


En este haiku, a pesar del ambiente humano que lo circunda, se respira y se contempla un mundo netamente natural, “sagrado”. Al relegar el sustantivo “arado” al último verso, el campesino casi pasa desapercibido. Somos testigos de una acción –desclavar-; contemplamos un lugar –el “surco último”-; y somos deslumbrados por el reflejo del sol en mitad de un campo marrón y vacío, pero que, por un instante, se ha visto inundado por el brillo del astro. ¿Y el hombre? No importa. No es el espíritu del hombre lo que se esconde en este haiku, sino el olor de la tierra y el brillo del sol, que transforma en experiencias estéticas cualquier objeto que toca, en esta ocasión algo afilado que parece estar dañando la pureza del campo.


Sembradoras de patatas
El viento se traba en sus ropas


En ocasiones, el milagro ocurre y el ser humano regresa a formar parte de la naturaleza que ha abandonado. Este es un haiku lleno de armonía. La imagen acontece en el campo, en mitad del sembrado, en un ámbito de trabajo y sudor en donde todas las personas que se encuentran presentes apenas se diferencian unas de otras: todas son una sembradora de patatas. El ego humano que nos separa de lo natural comienza a menguar. Las sembradoras, ya casi sin pensar, se agachan para hacer su trabajo, con sus pies bien plantados en la tierra, formando parte de ese campo arado. No hay pensamientos que enjuicien sus labores, sólo existencias, como en el resto de los seres que les circundan. En ese instante, como les está ocurriendo a los árboles, el viento “se traba en sus ropas” y el movimiento y el sonido consecuente aparecen. Es el viento, tal y como acontece en la naturaleza, trabándose en todo lo que toca, dotándole de vida, de sacralidad, de intensidad. La sembradora de patatas, un árbol, la flor, la mariposa..., todos hacen lo que deben mientras el viento les transmite ese impulso de vida que escapa a cualquier calificativo humano. El viento en todo.


Pintura ha conseguido este mes llegar a plasmar en tres versos la labor de todo haijin: estar. En el haiku seleccionado, podemos admirar a un ser humano que ha llegado a ser consciente de todo cuanto le rodea: tanto de lo que hay como de lo que no.

Ese trocito
que le falta a la luna
para ser llena.


Cuando contemplamos la realidad, los prejuicios que nuestra cultura nos ha implantado salen a relucir y, de manera casi automática, seleccionamos nuestras afinidades estéticas y nos detenemos en ellas, esperando vislumbrar nuestra obra de arte. Pero el verdadero haijin no discrimina, acepta y siente. Es capaz de estar frente al mundo contemplando toda su existencia porque el mundo no hace diferencias previas: todo está en él, hasta lo que no está. Pintura, en este haiku, se ha convertido en el mundo, para poder salvaguardar la memoria de lo incompleto, de lo venidero, del vacío y así completar la imagen de esa luna casi llena impactando ahora sobre nuestras almas y llenándolas de belleza.

JLVicent ha desarrollado a lo largo de todo el mes una poética de la sensibilidad digna de mencionar: sentir casi lo etéreo, profundizar en el aspecto más natural y esencial de la naturaleza, tal ha parecido ser el camino de este haijin. Advirtamos lo dicho con dos ejemplo de su selección.

La luz del alba
Sólo el trino del ave
unido al viento


En estos tres versos se plasma una de las paradojas esenciales de la existencia: la dialéctica entre la parte y el todo, entre lo débil y lo fuerte, entre lo lleno y el vacío. Como podemos comprobar, el haiku comienza con la ubicación temporal y la cesura del primer verso: el mundo comienza, aunque todavía no sepamos muy bien cómo va a acontecer la vida durante ese día. Es un mundo de posibilidades, nada es aún por completo y todo puede ocurrir. En ese momento, el “trino de un ave” inunda el aire y el cielo, esto es, aquella parte de nuestro mundo que eternamente acompañará la existencia de este planeta. En lo eterno, un trino se materializa junto a la suavidad y el frescor de la brisa. La débil luz, el trino de un pajarillo y la brisa comienzan a confeccionar todo un mundo de existencias y posibilidades y el cielo y la tierra –eternos elementos- vuelven a llenarse de vidas, tiempos y existencias. Lo débil, etéreo y sutil ha vuelto a generar todo aquello que conocemos.

Viejos cipreses
Junto al nicho vacío
la escoba rota


Este haiku me ha traído a la memoria aquel de Bashoo en el que un cuervo se posa sobre una rama seca en una tarde de otoño. La acumulación de una sensación es tan fuerte en ambos casos que no nos permite “huir” del haiku. En esta composición, todo es un reflejo de la imagen destructora del tiempo, precisamente la materia de que estamos hechos –como diría Borges-. Los cipreses –vinculados a los cementerios- no sólo son cipreses, sino que, además, son viejos; el nicho ya no alberga ningún resto, por lo que el abandono y la idea de soledad tras la muerte no puede menos que calarnos hasta los huesos; para colmo, toda actividad humana posible se ha visto truncada al aparecer en la escena una “escoba rota”. Nada puede hacerse, no hay posibilidad de escapar a nuestro destino. Desde luego, no hace falta que aparezca la palabra “muerte”, cada una de las sílabas que componen el haiku nos la está haciendo sentir.


Radoslav Ivelic lleva a la práctica una máxima que exponía el maestro Vicente Haya en uno de sus libros al tratar al haiku como poesía de lo sagrado. En tal argumentación, se exponía la idea de que cuando el haijin se ha difuminado en la naturaleza y ha participado de ella, haciéndose uno y olvidando su ego, las diferencias entre los sentidos quedan a un lado y es entonces cuando se huele con los ojos y se toca con el olfato y se saborea con el oído... En uno de los haikus que nos presenta Radoslav, el poeta ha desaparecido en su interior y no sabemos si está viendo la escena o protagonizándola, porque todo se ha hecho uno.

El terso estanque-
alguien lanza una piedra
se triza el agua.


En este haiku, la estampa, lo visual, lo lejano, se transforma en algo material, tangible y cercano. Desde el primer verso, el agua se toca. Hay que destacar la dulzura del adjetivo seleccionado –“terso”- que inunda el lenguaje de las sensaciones apropiadas. Es el primer verso, una recreación del equilibrio y la perfecta armonía natural. Si observamos atentamente el segundo verso, nos daremos cuenta de algo curioso: no podemos salir del estanque. Somos conscientes de una piedra que vuela y suponemos que alguien la ha lanzado, pero nos encontramos en tal estado de contemplación que nos parece absurdo hasta la misma idea de que exista algo más que el mismo estanque. El ser humano ha desaparecido y, con él, el mismo poeta. Ya no hay diferencias entre el estanque, el agua y el haijin. Todo es uno. Y finalmente, se produce el milagro: podemos tocar el agua que vemos porque es una agua que “se triza”: la contemplación se ha transformado en vivencia y el equilibrio ha dado paso a un caos lleno de vida en el que los sentimientos se confunden y nos arrastran.

Gustavo Scarone nos sorprende con un capricho tan poético que parece digno de un niño o de un excelente haijin, recordándonos aquel comentario del maestro V.Haya en torno al haiku de un poeta que, ante un momento carente de las caídas de las hojas, pide que se detenga el tiempo.

busca a tientas
la sombra de la nube
sobre el trigal


Este haiku vive lo que dice. Entiéndase esto: hay versos en los que se habla sobre cualquier cosa y tenemos que imaginarnos la escena para poder entrar en ellos y vivirlos. En este poema, la perspectiva que adopta el haijin –señalar la realidad con el inocente dedo de un niño diciendo “¡mira eso!”- comparte el mismo significado que el contenido que se desarrolla en el haiku: alguien, siente el capricho de querer tantear un frontera casi imposible de definir, aquella que la silueta de una nube un poco más baja de lo normal ha conformado sobre el trigal. El campo delimitado por el trigal, la nube delimitada por su sombra, una persona tratando de encontrar el límite de una nube mientras el viento lo modifica constantemente sobre la plantación. En realidad, esa mirada tan infantil y “original” sólo pretende jugar y disfrutar de esta realidad tan maravillosa: no hay fronteras, ni límites para una nube, su sombra y el viento, y menos sobre un trigal mecido constantemente. Ese buscador de sombras de nubes es un ser tan inocente como contemplativo y esos valores son, precisamente, los que Gustavo ha desarrollado en su haiku.

Maramín, ese incansable, certero y perfeccionista haijin, nos abre su corazón con una imagen muy pictórica, plagada de connotaciones culturales y geográficas, toda un joya para los que vivimos en la costa mediterránea.

Atardecer,
aureolas doradas
sobre palmeras.


¿Cuántas veces los valencianos y los andaluces hemos paseado por nuestras costas al atardecer y nos hemos quedado sin aliento ante una simple palmera? Todas las cosas, ante el ocaso, tienen un color especial –melancólico, dulce, inolvidable-; es la luz del atardecer, tan bella y tan débil. Ese momento de un sentir tan japonés reflejado en las ramas de una palmera cobra una fuerza y una impresión sumamente impactantes. En la mayoría de los árboles, sus sombras y contornos difuminan los rayos del ocaso, pero las palmeras relucen por completo, como un espejo, ante ese sol del Oeste. Una pintura directamente vivida para ser insertada en nuestra alma. El ocaso, incidiendo de manera horizontal sobre la palmera, nosotros, mirándola verticalmente, como a un nuevo sol… Lo que queda en la tierra de Sol son esas palmeras.

Luis Emilio nos invita a contemplar una escena llena de delicadeza y en la cual se conforma, como en el famoso poema de Baudelaire, una correspondencia, unificándose así la imagen del cielo y de la tierra.

llueve finito,
la luna se oculta
entre los sauces.


En primer lugar, este haiku sorprende por el verso que encierra su kigo: ese “llueve finito” es una lección de sensibilidad y contemplación. ¿Cuánto tiempo hay que estar “viviendo” la lluvia para catalogarla de “finita”? Además, las nubes son débiles y aunque podemos llegar a sentir la incomodidad de estar empapados, no podemos menos que sentir un poco de pena por esa escasa fuerza que tienen las nubes de lluvia en ese momento. Delicadeza en el cielo. De repente, aparece la luna y las nubes del primer verso desaparecen: acaba de entrar la noche en el poema. El haijin nos ha hecho transformar nuestros sentidos para poder seguir dentro del poema: de la vista hemos de pasar al tacto. Sentimos algo finito, algo húmedo, esa lluvia nocturna… La escena se resuelve en el tercer verso: la luna se ha ocultado tras unos sauces. Y me parece muy bien esa personificación tan atrevida porque nuestro satélite también se mueve y si le da la gana que su órbita pase tras unos sauces, pues eso. Pero en ese momento observamos que la luna se encuentra tras las delgadas y “finitas” ramas de los sauces, así como tras las delgadas y “finitas” gotas de las nubes y ya no hay diferencia entre el cielo y la tierra, sólo nuestros sentidos distinguen lo que vemos de lo que sentimos, pero ¿y si conseguimos eliminar esa diferenciación entre lo sentidos? Ver con el tacto, oler con el sabor…, sentir, no importa cómo, pero sentir este mundo tan complejo y tan bello.


María nos ha legado un haiku contundente a fuerza de detalles que transmite la libertad de la existencia.

mañana tibia -
una yegua y su sombra
en la planicie


El contenido de este poema va más allá de lo que presenta: las imágenes que aquí se presentan son los efectos de la existencia y pueden resultar más o menos especiales que otros, pero las causas de las que se desprenden son de las más esenciales de nuestra existencia. Me explico. El primer verso recrea el estado de una mañana, todavía el sol no ha cobrado toda su fuerza y, aunque ilumina, no acalora. En ese estado todo ser puede estar presente, gozando de “trato especial” de la naturaleza, porque tanto el ser más débil como el más fuerte es capaz de soportar ese Sol de la mañana. Además el aire y la brisa tienen todavía ese aroma de “no viciado” por nada, de pureza originaria. En cuanto vemos a la yegua y su sombra dos ideas nos asaltan: por un lado, la de que ese animal deberá pertenecer a algún dueño; por otro, la perspectiva sensible de un haijin que se ha propuesto conservar la existencia de un ser ya sumiso y de todas sus partes, hasta de su sombra. En el tercer verso, la yegua y su sombra ya no tienen dueño, están en la planicie, e incluso podemos llegar a sentir envidia de esa yegua y de su sombra por ese momento de libertad tan pleno que está viviendo, sin ser consciente de su futuro próximo ni del cometido que su amo le encomendará ese día. Ser esa yegua o esa sombra, en libertad, mimado por el sol de la mañana y su brisa aún fresca. Toda la fuerza de la vida y de la libertad encerradas en tres versos, eso es este haiku.

Jorge Moreno Bulbarela nos refresca con su sinestesia y recrea un pequeño “locus amoenus” en tres versos:

la sombra del haya
empieza a moverse:
fresco murmullo


La vista, el tacto y el oído entran en juego en este haiku y todo en perfecta armonía, tal y como lo genera la naturaleza en su quehacer. Una vez más, el mundo presentado es casi intangible: una sombra movida por el viento. ¿Y qué puede producir es hecho tan simple? Nada más y nada menos que una sensación de frescor y de sonidos agradables al oído. Ni el viento, ni el árbol se nombran, son las causas de todo, pero no importan, la sensibilidad del haijin los asimila a partir de sus efectos. La consciencia que desarrollar este poema es un verdadero ejemplo de cómo se ha de “estar” en este mundo, y de cómo se puede percibir su equilibrio junto a un árbol en el momento en que la brisa aparece.


También deseo animar a Mercedes Pérez para que sigua trabajando en esa búsqueda de la esencialidad y la unidad con el todo y a Feral, por su conmiseración para con todo ser viviente, imprescindible si se pretende desarrollar una sensibilidad apropiada para este tipo de poesía.

Gracias a todos por vuestras aportaciones y por hacer realidad este portal.

Un placer.[/b]
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