Un pajar en medio del estío

Prosa con gusto de haiku
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Juan Carlos Moreno
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Un pajar en medio del estío

Mensaje por Juan Carlos Moreno »

Mediodía, decido dar un paseo que va contra la lógica, no es el mejor momento para hacer un tour por el campo sin sombras, en medio de la canícula.
Emprendo el pequeño viaje, por el camino, levantando la vista hacia el maravilloso cielo sin nubes, apenas puedo apreciar su azul por culpa del rabioso sol, pero aun así continúo dando pasos, atravesando un pequeño campo de cerezos, que me ofrecen su fruto, pero no me detengo….

sol de estío
el campo sin sombras
lejos del ocaso.

Al final de la recta del camino, hay una larga curva que gira a la izquierda. En el margen izquierdo, los parrales, podados este invierno, lucen el verde de sus nuevas pámpanas. La tierra recién labrada. Entre ellos y el camino, rebosante de amapolas y dientes de león, la cuneta, cobijo de caracoles y conejos.

A la derecha hay un gran montón de estiércol, junto a él unas maderas abandonadas. Apenas se oye el ruido del tráfico, que circula a una cincuentena de metros….
Finalizando la curva encuentro la era, donde hace unos meses inscribí mis iniciales y el año en que vivo, para el recuerdo. Al fondo un montón de cáscaras podridas de naranjas, junto a mí, impresionante, un montón inmenso de alpacas de paja dorada y seca, como este día. Tras la paja, la valla que separa a los ciervos de la libertad. En las praderas artificiales, los animales parecen esperar a que llegue la berrea para lucir su cuerna y dar rienda suelta a sus instintos.

Tomo el camino que curvea hacia la izquierda, otra vez.

junto al pajar
el camino de los chopos,
curveante

A la izquierda vuelven a quedar los parrales labrados, a la derecha, las vallas de las praderas y una hilera de chopos, que arrojan algo de frescor sobre sus sombras. Sembrados estudiadamente, están paralelos al camino y a unas farolas de cabezas redondeadas y blancas, que tienen un tronco metálico y algo gastado.

Sigo caminando, hasta llegar a una pequeña pinada, que tendrá unos veinte años, más lejos, mas ciervos. Frente a los pinos, al otro lado del camino un laurel junto a varias higueras, con el fruto todavía inmaduro.
Al final del camino, sin asfaltar, hojas de vinka sin flor, resistiendo el envite del sol justiciero. Y un poco más allá las sombras de las arizónicas y de los olmos del jardín, cobijando a los pajarillos y las ardillas, que no se dejan ver, mientras paseo.

A la altura del jardín, solo se oye el ruído intermitente de los aspersores, que, a ráfagas mojan el tronco de la morera llorona, que deja caer sus tallos y grandes hojas para casi tocar el césped mojado.
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