El día es tranquilo y soleado, por el sendero de la playa andando hasta llegar a los montículos de tierra con poca flora, donde dos pinos piñoneros esperan cada día. Así, busco por el suelo los piñones o las piñas de donde saco las semillas, y tan duras que necesito ponerlas sobre una piedra y golpearlas con otra suavemente, hasta que se rompe la cáscara y después al llevarlos a la boca, aún con los dedos manchados por su piel ¡Qué delicia, manjar de dioses!
El entorno está lleno de pequeños insectos que sigo con la mirada y huyo si me miran mal.
Siempre me sorprende algo nuevo.
Las pequeñas flores silvestres, raras y bellas a la vez les pongo nombre según la inspiración:
Las amarillas huelen a curri y se deshacen al tocarlas, las de rallitas huelen a cebolleta y ¡son tan hermosas!, otras con forma rara, que al apretarlas parece que sacan la lengua...
Llega el fin de la tarde, cuando por el mar las nubes se anaranjan y el sol empieza a declinar, es la hora de regresar.
Final de Junio.
La planta del agapanto
Al fin florece.
(Haiku de Unsui)
Entre pinos piñoneros
- Luis Carril
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