Campos de Córdoba.4. De Santa Cruz a Córdoba.

Prosa con gusto de haiku
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José Manuel Gómez
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Campos de Córdoba.4. De Santa Cruz a Córdoba.

Mensaje por José Manuel Gómez »

En el albergue Inturjoven de Córdoba, a 15 de Marzo de 2017.

Suena el despertador. Dudas que me acucian todavía sobre si haré el trayecto a pie o en autobús. Recojo y me tomo el café con tostadas. He venido a andar, que sea lo que dios quiera...
Salgo de Santa Cruz, la pequeña aldea donde llegué ayer por el camino del Jaco. Estoy desorientado, creo que voy al noroeste, pero ahora mismo voy en dirección contraria.

Casi desde el principio, el campo se ha llenado de postales. El viento de esta noche, que viene de levante, o eso creo, no me ha secado las botas, pero si que el camino parece mejor para pisar. Todavía sigo por la carretera y el sol que está bajo, incide en las lomas de cereal de una manera especial, lo veo a través las hojas que iluminan y los verdes son distintos cuando lo tengo a mi espalda.

El viento mece los campos de trigo a media altura y los contrastes de verdes y tierras labradas hacen que no deje de fijar la vista en los campos. Tomo un camino que me llevará a Córdoba capital, es parte del GR 47 y salvo la primera parte, está bien arreglado.

Subo y bajo por lomas y colinas, y no paro de hacer fotos. Hay menos pájaros. Los pobres apenas tienen donde refugiarse, me salen muchos de la hilera de hierbas que el tractor ha decidido no labrar por miedo a caerse. Salen perdices volando, aquí si tienen anchuras, y surcan las lomas a ras de suelo en un vuelo rápido para volver a esconderse. Poco antes, he empezado a escucharlas pero el ruido de las moto-sierras las ha acallado. Se me ha ocurrido un haiku:
Moto-sierras;
se apagan los cantos
de las perdices.

Sigo solo, pienso en las jornadas que hace dos años disfruté con Emilio y Reydum. Es bonito conocer a otros peregrinos, el compañerismo te envuelve desde el primer momento.
He intentado hacer muchas fotos para captar la felicidad que te transmite el sol sobre el campo verde.

Leo en un panel sobre las aves mas emblemáticas que vuelan o habitan los campos de trigo: El milano negro, el aguilucho, la avutarda y el sisón. Estos dos últimos son los que más ganas tengo de ver, pues nunca los he visto en vivo. Me imagino un campo labrado y yermo con avutardas y sisones, pero no los veo, de vez en cuando, algún alcaraván que vuela bajo.

El viento arrecia y sobre el trigo crecido se hacen olas. La tierra que hasta ahora era arcillosa se ha llenado de guijarros, cantos rodados, y muy rojos por la presencia de hierro. Paso por un angar abandonado y me ha recordado a la película de animación “El viento se levanta” sobre el ingeniero japonés que desarrolló el avión de combate zero, y como se llevaban los aviones desmontados desde la fábrica a la pista de pruebas en carros de pruebas en carros tirados por bueyes. También salen los campos de cereal y arroz y como el viento juega con todos nosotros.

Córdoba se intuye en el horizonte a la falda de una sierra, ya queda poco, doce o trece kilómetros. Sigo por las lomas y por campos plantados de cerezos, que todavía no han florecido. Vuelve el trigo. En unas charcas junto al angar han florecido unos ranúnculos, es curioso, me pregunto como habrán llegado hasta aquí con tanto veneno y herbicida soltado en los campos.

Comienzo el descenso largo y tranquilo hasta el río Guadalquivir y Córdoba, que puedo ver entera de un solo vistazo. Ráfagas de viento. No me queda mucha agua. Me entretengo jugando con las lavanderas boyeras que han aparecido de pronto en el camino, creo que hacen que las siga para apartarme de sus nidos. Yo, les pongo los cantos de reclamo que llevo grabados en el teléfono y acuden sin pensárselo dos veces a ver quien es el nuevo...

Por fin llego paso el cartel de población, son las dos de la tarde y me quito la manga larga. Hace calor. Recorro las calles que me llevan hasta el puente romano, a la hora en que los niños vuelven del colegio. Me hace mucha ilusión llegar, es otra meta conseguida. Poco a poco llegaré a Santiago.

En el albergue me dan la llave de la habitación, que está genial, con su baño privado y todo. Salgo rápido a comer, no he comido desde el desayuno y me muero de hambre. Después doy una vuelta por los alcáceres buscando un supermercado para avituallarme. Me ducho y vuelvo a salir, esta vez para buscar la iglesia de Santiago, donde me inscribo en el libro de peregrinos y el párroco me sella la credencial y me habla un poco sobre la etapa de mañana.

He comprado unas plantillas nuevas y parches para las ampollas. Estas botas no pasarán de el verano...
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