Asombros afines: Las cosas del campo, José Antonio Muñoz Rojas
Publicado: 09/Feb/2017 11:35
Todo el libro es hijo del amor por la tierra y del asombro, compañer@s. Os dejo uno de sus relatos.
LAS REJAS ENLUTADAS
VAMOS a caballo por el campo recién mojado con las lluvias tardías de este mayo y está la tierra tan empapada, que cada casco al hundirse va dejando una huella que llena el agua. Los trigos, que ya tienen la cabeza pesada, comienzan a doblarse y hay muchas cebadas definitivamente vencidas. Aprovecha el sol la menor rajilla entre las nubes para colar una lanzada de luz y calor sobre los verdes que a él sólo esperan para amarillear. Las zanjas rebosan flores en sus veras y se sueltan al aire los primeros insectos. La luz está fresca; un temblor lleno de gracia se cierne sobre los frutos que comienzan a cuajarse, sobre los olivos que tienen la flor a punto. Todo espera el clarinazo del calor. Es el paso delicado y gravísimo de la flor al fruto, cuando caen los pétalos de aquélla y se aprieta el primer indicio de éste, débil sobre la rama. Un puñalillo de frío mal venido en la madrugada, un sol apresurado, un viento traidor, y ese hilo que ata el fruto a la rama, se cortará y la savia no llegará a su término. Todo el trabajo del año se vendrá a tierra por el momento despiadado. ¡Oh condición humana de la naturaleza! ¡Oh azar!
Vamos a caballo y oigo tras de mí:
-Como está la tierra tan pegajosa se enlutan las rejas y no se puede arar.
"Se enlutan las puntas de las rejas, se enlutan las puntas de las rejas", me quedo yo pensando maravillado de la justeza de la expresión en estos labios, mientras entramos en el sembrado y las espigan barren ásperas y amorosas los ijares de nuestros caballos.
Extraído de Las cosas del campo, José Antonio Muñoz Rojas. Editorial PRE-TEXTOS
LAS REJAS ENLUTADAS
VAMOS a caballo por el campo recién mojado con las lluvias tardías de este mayo y está la tierra tan empapada, que cada casco al hundirse va dejando una huella que llena el agua. Los trigos, que ya tienen la cabeza pesada, comienzan a doblarse y hay muchas cebadas definitivamente vencidas. Aprovecha el sol la menor rajilla entre las nubes para colar una lanzada de luz y calor sobre los verdes que a él sólo esperan para amarillear. Las zanjas rebosan flores en sus veras y se sueltan al aire los primeros insectos. La luz está fresca; un temblor lleno de gracia se cierne sobre los frutos que comienzan a cuajarse, sobre los olivos que tienen la flor a punto. Todo espera el clarinazo del calor. Es el paso delicado y gravísimo de la flor al fruto, cuando caen los pétalos de aquélla y se aprieta el primer indicio de éste, débil sobre la rama. Un puñalillo de frío mal venido en la madrugada, un sol apresurado, un viento traidor, y ese hilo que ata el fruto a la rama, se cortará y la savia no llegará a su término. Todo el trabajo del año se vendrá a tierra por el momento despiadado. ¡Oh condición humana de la naturaleza! ¡Oh azar!
Vamos a caballo y oigo tras de mí:
-Como está la tierra tan pegajosa se enlutan las rejas y no se puede arar.
"Se enlutan las puntas de las rejas, se enlutan las puntas de las rejas", me quedo yo pensando maravillado de la justeza de la expresión en estos labios, mientras entramos en el sembrado y las espigan barren ásperas y amorosas los ijares de nuestros caballos.
Extraído de Las cosas del campo, José Antonio Muñoz Rojas. Editorial PRE-TEXTOS