"Contemplar es estar"

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JL.Vicent
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"Contemplar es estar"

Mensaje por JL.Vicent »

Kure madaki
hoshi no kagayaku
kare-no kana

暮まだき星の輝く枯野かな
BUSON

Temprano anochecer...
Brillan las estrellas...
¡El campo seco!

Convendría saber diferenciar entre lo que son instantáneas tomadas en la Naturaleza y lo que es el haiku que surge del discurrir del tiempo en la Naturaleza. “Lo que he visto” no puede competir en autenticidad, en peso específico, con “a donde he sido llevado por mis sentidos”. La cuestión no era ver sino verlo todo. Transformarnos para llegar a percibirlo todo. Todo al mismo tiempo. Todo mientras está teniendo lugar.

Si hablamos en unos términos equivocados, y para nosotros “contemplar” es algo así como mirar sin descanso, tendremos que decir que después de sentir ya no hay más en este itinerario espiritual del haijin. Sentir, sentir todo el día y toda la noche, sentir aquí y ahora, y perderse en los sentidos, perder el “yo” habiéndose hecho una membrana penetrable por todo lo que a uno lo rodea, siempre que se encuentre en la Naturaleza, ese reino de la inocencia de la que el haijin trata de impregnarse. Y se acabó.

Pero “contemplar” es mucho más que mirar intensamente; contemplar es estar. No sólo “estar”, sino “estar absolutamente”, al ciento por ciento ubicado física, mental, sentimentalmente, en ese espacio; ante las cosas que se ven y ante las que no se ven. Ante las que se nos muestran y las que nos son vedadas. Mirar no sirve; “mirar es estar al margen”, como ha dicho alguien. Esa falsa contemplación -que es sólo mirar- parte de una separación respecto del objeto contemplado, y es un estadio espiritualmente inferior al de no verse como algo diferente en el seno de la Naturaleza.

Escribe Shunzo Sakamaki: “(Antes del siglo VI en Japón) no había palabra para designar la Naturaleza, como realidad aparte y distinta del hombre, algo que podía ser contemplado por el hombre” ; con esta afirmación no está diciendo que antes de ese siglo el hombre japonés no viviera religiosamente en la Naturaleza, al contrario. Cuando el hombre decide adorar algo, está empezando a separarse de ello, comenzando a confundir qué es lo sagrado. Lo que entendemos por “contemplación” se da cuando ya establecemos una separación con el objeto contemplado, y, en este sentido, cuando se ha producido una pérdida de la dimensión trascendente de la vida cotidiana. Espiritualmente hablando, lo que entendemos por “contemplación de la Naturaleza” no debe de ser visto como la meta de la vida interior. Hay algo más auténtico y es no contemplar porque se esté perdido en el objeto de la contemplación. El trabajo de los sentidos debe dar por resultado un errar vagabundo por dentro del objeto de nuestra adoración, y no la institucionalización de esa adoración. Cuando Saigyô se pone delante de la luna a contemplarla decidido, separándola de lo sagrado que haya en todo lo demás, no está haciendo algo substancialmente diferente de lo que hace un fiel cuando va a un templo y allí cumple con un acto de veneración reglada. Cuando lo sagrado se hace previsible, se lo nombra y con él se pacta, hemos perdido la inocencia al relacionarnos con ese centro numénico que nos había despertado a la auténtica vida de las cosas.

Todo acto de contemplación que no surja de una espontánea sensación, no nos resulta verdaderamente sincero y “original”, nacido del origen. Todo acto de contemplación que aisle un objeto tenido por “digno de contemplación” del resto, y ante el que nos forcemos a estar, no nos parece que emane de una auténtica espiritualidad. Un amanecer, un atardecer, la luna y el fenómeno natural más pasmoso pueden dejar al místico-poeta indiferente sin que esto le reste un punto de sensibilidad espiritual. Porque el poeta de haiku de verdad está atento a un conjunto de cosas que se están produciendo al mismo tiempo y sólo cuando la conjunción de todo es perfecta logra su conmoción más íntima. Como cuando, por ejemplo, al pasar por un bosque –como le ocurrió a Buson-, por nada especial, quizá por un silencio (mantenido más de la cuenta) de las hojas de los árboles, el espíritu del haijin se ve interiormente desnudado y se ve transformado por esta fuerte impresión que ignoramos cuánto tiempo puede durar. Lo contrario es forzarse, es no entender de qué se está hablando. Efectivamente, estamos muy lejos de una verdadera contemplación cuando tras mucho tiempo “contemplando” los cerezos nos vemos obligados a escribir:

Nagamu tote
hana ni mo itashi
kubi no hone

ながむとて花にもいたし首の骨
SÔIN

Al contemplarlas intensamente,
aunque sean flores de cerezo,
nos duele el cuello

O cuando nos quejamos de haber mirado demasiado tiempo la inmensidad del mar:

Nagaki hi ya
me no tsukaretaru
umi no ue

長き日や目のつかれたる海の上
TAIGI

Durante todo un largo día:
Mis ojos están agotados
de estar posados sobre el mar

Los dos últimos haikus citados, según nuestro modo de entender, no son haikus de verdadera contemplación. Han dado una vuelta de rosca de más al proverbial amor por la Naturaleza de los japoneses, y nos encontramos de hecho con dos poemas en los que a fin de cuentas la Naturaleza llega a doler o a cansar al que está ante ella fingiendo que está dentro de ella.

El verdadero místico-poeta no es un adorador de puestas de sol, como tampoco de la luna llena, ni del mar, ni de los cerezos… Cada cosa en concreto es poco para su corazón infinito. Porque el verdadero haijin lo adora todo. Es la red invisible tejida por los seres con su mera existencia, y no los seres en sí, lo que le fascina.



Vicente Haya, El alma del haiku Blog
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Jorge Moreno Bulbarela
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para saber de haiku

Mensaje por Jorge Moreno Bulbarela »

José Luis, gracias por el texto.

Jorge
Si miro con cuidado la nazuna florece junto al seto Bashoo
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