I. Cuando mi padre aparca
I. Cuando mi padre aparca
I.
Cuando mi padre aparca y saca la llave del contacto, ya ha empezado a ponerse el sol. Desde mucho antes de llegar al sitio, se oyen los balidos y el olor se hace inconfundible. Un camino de piedras y cagarrutas lleva hasta el portón pintado de verde. Mi padre sortea sin mucho esfuerzo el ganado que se apretuja desde el umbral hasta el fondo del patio. Yo me voy quedando atrás, atascada entre las ovejas a las que apenas rebaso en una cabeza. Sobre el recinto, un trozo de cielo tan limpio que parece más temprano.
Oscurece
El calor del rebaño
traspasa mi ropa
En el frío creciente de esa tarde de invierno, el aliento de un animal me da en el rostro. Estiro el cuello y veo a Ramón, el marido de nuestra chacha, tratando de colgar en la romana un cabrito grande, de pelo muy brillante y negro, que no deja de balar. El pago se hace en billetes verdes, de aquellos de mil que ya no existen.
Al salir, el hombre se detiene a acariciar las cabras. Con su voz siempre tomada me dice que pronto parirán, que hoy han vuelto de las últimas, con los animales cojos y enfermos.
Tirando del chivo
cruzamos
entre las cabras preñadas
Al llegar al coche, vuelven a atarle las patas, las cuatro juntas.
Cae la noche sobre el pueblo al que regresamos.
Cuando mi padre aparca y saca la llave del contacto, ya ha empezado a ponerse el sol. Desde mucho antes de llegar al sitio, se oyen los balidos y el olor se hace inconfundible. Un camino de piedras y cagarrutas lleva hasta el portón pintado de verde. Mi padre sortea sin mucho esfuerzo el ganado que se apretuja desde el umbral hasta el fondo del patio. Yo me voy quedando atrás, atascada entre las ovejas a las que apenas rebaso en una cabeza. Sobre el recinto, un trozo de cielo tan limpio que parece más temprano.
Oscurece
El calor del rebaño
traspasa mi ropa
En el frío creciente de esa tarde de invierno, el aliento de un animal me da en el rostro. Estiro el cuello y veo a Ramón, el marido de nuestra chacha, tratando de colgar en la romana un cabrito grande, de pelo muy brillante y negro, que no deja de balar. El pago se hace en billetes verdes, de aquellos de mil que ya no existen.
Al salir, el hombre se detiene a acariciar las cabras. Con su voz siempre tomada me dice que pronto parirán, que hoy han vuelto de las últimas, con los animales cojos y enfermos.
Tirando del chivo
cruzamos
entre las cabras preñadas
Al llegar al coche, vuelven a atarle las patas, las cuatro juntas.
Cae la noche sobre el pueblo al que regresamos.
Última edición por Mavi el 22/Dic/2014 09:32, editado 2 veces en total.
- Gorka Arellano
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Me alegra un montón que te haya llegado tanto, Gorka :wink: . Es el primero de una serie de cuatro o cinco haibun que quisiera compartir con vosotr@s según los vaya dando por "aceptables" (porque terminar, lo que se dice terminar... creo que no los voy a terminar nunca, la verdad).
Un abrazo :wink: .
Un abrazo :wink: .
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- Registrado: 29/Abr/2007 16:27
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Hola, Mavi, gracias por hacernos sentir el calor del rebaño, es como si te acompañáramos y, al respirar, el olor del ganado nos penetrara y sientiéramos el sabor del polvo en la boca, amén de todos los sonidos y evocaciones de ese tiempo de los billetes verdes.
Un abrazo, desde Xalapa,
Jor
Un abrazo, desde Xalapa,
Jor
Si miro con cuidado la nazuna florece junto al seto Bashoo
Muy auténticos, Mavi; son verdaderos retazos de vivencias que se nos quedan impresas, como el olor y el calor de esas ovejas, bajo la dermis. Y está descrito con una prosa sin ornamentos ni lirismo que valga, como otros tendemos a hacer en nuestros intentos de aproximación al haibun. En este caso, tu prosa hace justicia al significado de la definición del haibun, "prosa con sabor a haiku". En ese lenguaje, claro, originario, fiel a la lengua materna, sin florituras, sin dar pie al exibicionismo lírico, brota la esencia de lo vivido y se hace presente; se ve, se huele, se siente. Y también se hace patente la nostalgia...
Un abrazo :wink:
Un abrazo :wink:
Todo lo bello tiene una marca de eternidad. Simone Weil