Campos de Córdoba. 2. De Baena a Castro del Río.

Prosa con gusto de haiku
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José Manuel Gómez
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Campos de Córdoba. 2. De Baena a Castro del Río.

Mensaje por José Manuel Gómez »

En la estación de Autobuses de Málaga. A 8 de marzo de 2017. Seis de la tarde.
Como todos los días desde hace tiempo, duermo mal y a ratos. La noche se me ha hecho larga y más aún la madrugada. Decido levantarme por fin para recoger mis cosas y continuar camino. Desayuno donde comí ayer, en La Casa del Monte, un mesón en la plaza de la constitución cuyo emblema es un escudo con cinco cabezas de moro. No se el significado, lo averiguaré otro día.Por otra parte, en los carteles del pueblo hacen mención a la conmemoración de la unificación de las turbas de judíos de cola blanca, algo que también suena mal en estos tiempos que corren. La sangre y la religión han tenido su importancia en estas tierras.

Cojo la carretera nacional que lleva a Castro del Río, para pronto desviarme por caminos de olivares, caminos viejos, reparados y elevados sobre el terreno a modo de calzadas romanas con mucha piedra y escombro para compactar el terreno.

Colinas y más colinas, olivos y más olivos, y los trinos, que poco a poco me llevan de nuevo hasta el río Guadajoz, y en el puente por el que lo cruzo, los aviones y golondrinas se afanan por coger ya un sitio en los aleros donde empezar a hacer sus nidos. Me he cruzado con gente, la poda sigue su curso y me pregunto por qué no hay ganado en el olivar, comiéndose el pasto alto y los pastos de esa poda.
Muy poco ganado, y al pasar por una granja se me tiran los perros. Jóvenes mastines con mala cara que se contienen y me avisan de que no soy bienvenido. No llego a utilizar los bastones y me alivio por ello.
Llevo mucho tramo por una carretera secundaria y el “bosque” por fin empieza a abrirse, el trigo y la cebada empiezan a ocupar el lugar que antes tenían en el paisaje los olivos.

La carretera transcurre paralela al río y puedo ver alguna sorpresa como un cormorán que ha salido volando. Liebres que saltan y perdices que se suben a los olivos para pasar desapercibidas, algún milano y otro busardo.

Me siento en una peña para desayunar y después aprieto el paso. María no se sienta bien y me necesita. He empezado una carrera contra el reloj para poder volver a El Ejido esta tarde mismo.

Ando y ando y parece que nunca llego, me he puesto un poco nervioso de ver tanto rato el pueblo desde lejos y no llegar.

Primero las casas de campo, luego las venas industriales y los viveros de olivos, y por último las calles del pueblo.
He llegado a tiempo, sobre la una de la tarde, tengo tiempo de tomarme algo mientras llega el autobús que me llevará a Córdoba sobre las dos. Hay un grupo de jubiladas que esperan conmigo, van a pasar una semana en Mallorca y sus hijos las aleccionan sobre el viaje. No hace tanto tiempo que pasaba al contrario. Padres e hijos. Hijos y padres. Una relación tan compleja y a la vez tan simple.
Por fin llega el autobús, estoy contento, espero que esto sea solo una pausa en el viaje. Veo las etapas que me quedan para llegar a píe a Córdoba y como será el paisaje, se acaba el olivar y empiezan los campos de trigo. Es curioso ver en todos los pueblos el silo de grano edificado en los tiempos del régimen, para aportar la cosecha a la comunidad.
Empiezo a ver milanos, primero uno, dos, tres, veinte, cien... cientos y cientos de milanos volando o parados en los campos aún sin sembrar. Están de paso y concentrados volando en torbellinos sobre el mismo campo, aquí y allá, más bajos o altísimos, o parados en la tierra. Debe ser un alivio para el dueño del terreno, se lo despejaran de roedores... Las cigüeñas también están presentes, haciendo nidos en las torres de electricidad. Parece que todos los actores se han juntado para poder comenzar la primavera a tiempo. Llego a Córdoba con el tiempo justo para coger otro autobús a Málaga y luego otro que me llevará a El Ejido.
Como he dicho, pido un tiempo muerto para seguir disfrutando, quien sabe cuando...
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