Una muchacha está sentada junto a la fuente. Entre sus manos, un libro abierto al que no presta atención; su mirada se pierde entre las bungavillas y las glicinias que cubren las piedras.
El camino de grava que lleva a la entrada del edificio está flanqueado por arbustos de varios tamaños salpicados de flores rojas, naranjas, blancas...
A un lado hay un sencillo gallinero: una cerca metálica rodea la tierra, donde varias gallinas picotean sin cesar.
Plumas caídas,
de pronto el viento
las echa a volar.
Más allá, un invernadero y un pequeño huerto. El aire huele a campo, a pesar de que tras los muros, a pocos metros de distancia, está la ciudad. Varias personas trabajan la tierra, ensimismados en sus tareas. Sólo se escuchan algunos trinos y el chasquido de las herramientas.
Me dirijo al almacén y dejo los enseres que he llevado. Al salir de él, veo a varias personas que pasean sin prisa por los jardines, disfrutando del sol de la mañana. Ajenos unos a otros, aquí el tiempo es lo de menos.
Granado en flor.
Un hombre habla solo
a su sombra.
La residencia
- José Julio
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