Símbolo y sentido en el haiku.

Preguntas y discusiones sobre haikus concretos o sobre la teorí­a del haiku en general
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Radoslav Ivelic
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Símbolo y sentido en el haiku.

Mensaje por Radoslav Ivelic »

Con mucha razón señala José Luis Vincent, la prevalencia del sentido sobre el significado, en el haiku. El "significado" es algo ya estatuido, codificado, que se conoce de antemano. En el haiku hay, en cambio, una amplitud significativa, esto es, un" sentido", que vuelve a dar un aliento nuevo a las palabras, para elevar lo perceptivo a una experiencia nueva. De este modo, despertamos frente a las cosas sensibles, que nos "hablan" como si nunca las hubiésemos visto, escuchado, olido, palpado, gustado. Esta amplitud y frescura del haiku lo convierte en un símbolo estético. Le doy a la palabra "símbolo" la connotación inicial del término, en la antigua Grecia: el “símbolo”, en griego, (sin=con, ballo = lanzar dos cosas juntas, de tal manera que se vuelven una sola), nos facilita introducirnos al significado de este concepto utilizado por los griegos. Existía en la Grecia clásica una costumbre que nos permite una introducción básica al concepto que estamos tratando de explicar: cuando un familiar se estaba preparando para partir, por muchos años, fuera de su hogar, a una lejana tierra, se dividía en dos un anillo familiar. Una mitad se quedaba en el hogar y la otra se la llevaba el viajero. Al volver, tal vez sus padres ya habían fallecido y nuevos miembros de la familia, ahora desconocidos, recibían al viajero. Las dos mitades del anillo, celosamente guardado por ambas partes, se convertían, en una ceremonia de reconocimiento, en una sola cosa: el anillo completo. Se trata, entonces, de recuperar este sentido, tan distinto a las acepciones comunes y corrientes del término que, fundamentalmente, hacen del símbolo algo que debe ser explicado para entenderlo. En cambio, el símbolo, como lo conciben algunas corrientes de la Estética actual, especialmente a partir de Cassirer, está fundamentado en la intuición, que nos hace "saltar" espontáneamente al "sentido".

El símbolo, así entendido, establece en el haiku un re-conocimiento, de algo que ya conocíamos, pero ahora plenamente perceptivo y, por lo tanto, pleno de sentido. Este re-conocer nos permite contemplar lo sensible, con toda su frescura significativa. Recuperamos el sentido profundo de lo sensible, que se nos había convertido en un significado meramente superficial. El haiku, desde esta perspectiva, renueva nuestra visión del mundo, la refresca. Es génesis, en vez de una mera reiteración.
jorgebraulio
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Mensaje por jorgebraulio »

Gracias por esta interesante reflexión.

Saludos desde La Habana :D :D
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Lilí Balladares
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Mensaje por Lilí Balladares »

Es muy agradable leerte,Radoslav en este aspecto de la enseñanza.Sos preciso,claro y entendible.(un abrazo)
"Haz de tu alma un diamante, a cada golpe una faceta más, para que un día sea toda luminosa."
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JL.Vicent
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Mensaje por JL.Vicent »

Gracias, Radoslav, por compartir tus reflexiones.




LA RUPTURA DEL SENTIDO


El haikú tiene esa propiedad algo fantasmagórica por la cual uno se imagina que la puede hacer uno mismo con facilidad (sic). Se dice: qué más accesible a la escritura espontánea que esto (de Buson):

La tarde, el otoño,
pienso tan sólo
en mis padres.


El haikú da envidia: cuántos lectores occidentales han soñado con pasearse por la vida con un cuadernillo en la mano, anotando aquí y allá “impresiones”, cuya brevedad garantizaría la perfección, cuya simplicidad demostraría la profundidad (en virtud de un doble mito, por un lado clásico, que hace de la concisión una prueba del arte, por otro lado romántico, que atribuye una prima de verdad a la improvisación). Siendo completamente inteligible, el haikú no quiere decir nada, y es a causa de esta condición doble por lo que parece estar ofreciéndose al sentido, de un modo particularmente disponible, servicial, como un huésped educado que permite instalarnos cómodamente en su casa, con nuestras manías, nuestros valores, nuestros símbolos; la “ausencia” del haikú (como se dice tanto de un espíritu irreal como de un propietario que ha salido de viaje) apela a la subordinación, a la ruptura, en una palabra, de la mayor codicia: la del sentido. Este sentido precioso, vital, deseable como la fortuna (azar y dinero), el haikú, libre de molestias métricas (en las traducciones que tenemos), parece suministrárnoslo con profusión, barato y por encargo; en el haikú, podría decirse, el símbolo, la metáfora, la lección, no cuestan casi nada; apenas algunas palabras, una imagen, un sentimiento –aquello que nuestra literatura exige ordinariamente de un poema, de un desarrollo o (en el género breve) de un pensamiento cincelado, en suma, de un largo trabajo retórico–. También el haikú parece dar a Occidente unos derechos que su literatura le niega y unas comodidades que ella le escatima. Vosotros tenéis derecho, dice el haikú, a ser fútiles, cortos, ordinarios, encerrad lo que veis, lo que sentís en un tenue horizonte de palabras, y os parecerá interesante; tenéis derecho a fundar por vosotros mismos (y a partir de vosotros mismos) vuestra propia relevancia; vuestra frase, cualquiera que fuere, enunciará una lección, liberará un símbolo, seréis profundos; con el menor costo y vuestra escritura estará llena.

Occidente impregna cualquier cosa de sentido, al modo de una religión autoritaria que impusiera el bautismo por poblaciones; los objetos de lenguajes (hechos con la palabra) son evidentemente conversos de pleno derecho: el sentido primero de la lengua apela, metonímicamente, al sentido segundo del discurso, y esta apelación tiene valor de obligación universal. Tenemos dos medios de evitar en el discurso la infamia del sin-sentido y sometemos sistemáticamente la enunciación (en una contención enajenada de toda nulidad que pudiera dejar ver el vacío del lenguaje) a una u otra de estas significaciones (o fabricaciones activas de signos: el símbolo y el razonamiento, la metáfora y el silogismo. El haikú, cuyas proposiciones siempre son simple, corriente, en una palabra, aceptables (como se dice en lingüística), es atraído por uno u otro de estos dos imperios del sentido. Como es un “poema”, se le afilia a esa parte del código general de los sentimientos que se llama “la emoción poética” (la Poesía es para nosotros el significante de lo “difuso”, de lo “inefable”, de lo “sensible”, es la clasificación de las impresiones inclasificables); se habla de “emoción concentrada”, de “anotación sincera de un instante de élite” y, sobre todo, de “silencio” (siendo el silencio para nosotros signo de algo lleno de lenguaje). Si uno (Jôco) escribe:

¡Cuántas personas
han pasado a través de la lluvia de otoño
por el puente de Seta!


se ve ahí la imagen del tiempo que huye. Si otro (Bashô) escribe:

Llego por el sendero de la montaña.
¡Ah! ¡Esto es maravilloso!
¡Una violeta!

es que ha encontrado un ermitaño budista, “flor de virtud”; y así sucesivamente. Ni un rasgo que no sea investido por el comentarista occidental de una carga simbólica. O bien se quiere a toda costa ver en el terceto del haikú (sus tres versos de cinco, siete y cinco sílabas) un dibujo silogístico en tres tiempos (la subida, la suspensión, la conclusión):

La vieja charca:
Una rana salta dentro:
¡oh!, el ruido del agua.

(en este singular silogismo, la inclusión es obligada: es necesario, para estar en él contenida, que la menor salte en la mayor). Bien entendido, si se renuncia a la metáfora o al silogismo, el comentario se haría imposible: hablar del haikú sería pura y simplemente repetirlo. Lo que hace inocentemente un comentarista de Bashô:

Ya son las cuatro...
Me he levantado nueve veces
para admirar la luna.


“La luna es tan bella, dice, que el poeta se levanta y se vuelve a levantar una y otra vez para contemplarla en su ventana.” Descifradoras, formalizadoras o tautológicas, las vías de interpretación, destinadas entre nosotros a traspasar el sentido, es decir, a penetrarlo por fractura –y no a sacudirlo, a dejarlo caer, como el rumiante de absurdos que debe de ser el ejercitante Zen, cara a su koan–, no pueden, pues, sino estropear el haikú, ya que el trabajo de lectura que está ligado a él ha de suspender el lenguaje, no provocarlo: empresa cuya necesidad y dificultad parecía conocer muy bien el maestro del haikú, Bashô:

¡Cuán admirable es
aquél que no piensa: “La Vida es efímera”
al ver un relámpago!


ROLAND BARTHES, El imperio de los signos. Traducción e introducción de Adolfo García Ortega. Seix Barral




_______________________________________________


LA EXENCION DEL SENTIDO


El Zen ejerce la guerra total contra la prevaricación del sentido. Se sabe que el budismo frustra la vía fatal de cualquier aseveración (o de cualquier negación) al recomendarse el no ser sorprendido jamás dentro de las cuatro proposiciones siguientes: eso es A –eso no es A –eso es a la vez A y no A –eso no es ni A ni no A. Ahora bien, esta cuádruple posibilidad corresponde al paradigma perfecto, tal como lo ha construido la lingüística estructural: A –no A –ni A ni no A (grado cero) –A y no A (grado complejo). En otras palabras, la vía budista es precisamente aquélla del sentido obstruido: el arcano mismo de la significación, a saber, el paradigma, se vuelve imposible, cuando el Sexto Patriarca (2) da sus instrucciones al respecto del mondo, ejercicio de la pregunta-respuesta, recomienda, para mejor desvanecer el funcionamiento paradigmático, que una vez que un término se establezca, el interlocutor se desplace hacia el término adverso (“Si al interrogarte alguien te pregunta por el ser, responde con el no ser. Si te pregunta por el no ser, responde con el ser. Si te interroga por el hombre común, responde hablándole del sabio, etc.”) de manera que se muestre lo irrisorio del dispositivo paradigmático y el carácter mecánico del sentido. Aquello que se busca (con una técnica mental en la que la precisión, la paciencia, el refinamiento y el saber atestiguan hasta qué punto el pensamiento oriental tiene por el apremio del sentido) aquello que se busca es el fundamento del signo, a saber la clasificación (maya). Constreñido al enclasamiento por excelencia, el del lenguaje, el haiku opera por lo menos con el fin de obtener un lenguaje plano, que nada asiente (como sucede irremisiblemente en nuestra poesía) sobre los niveles superpuestos del sentido, eso que podría llamarse el "hojaldre" de los símbolos. Cuando se nos dice que es el ruido de la rana lo que despertó a Basho a la verdad del Zen, puede entenderse (aunque se trata todavía de una manera demasiado occidental de hablar) que Basho descubrió en ese sonido no ciertamente el motivo de una "iluminación", de una hiperestesis simbólica, sino más bien un agotamiento del lenguaje: hay un momento en el que el lenguaje cesa (momento obtenido gracias a un gran refuerzo de ejercicios), y es este remate sin eco el que instituye a la vez la verdad del Zen y la forma, breve y vacía, del haiku. La negación del "desarrollo" es aquí radical, pues no se trata de detener el lenguaje sobre un silencio pesado, pleno, profundo, ni tampoco sobre un del alma que se abriría a la comunicación divina (el Zen carece de Dios); lo que está establecido no debe desarrollarse ni en el discurso ni al final del discurso; lo que está establecido es mate, y lo único que se puede hacer es repetirlo; es esto lo que se le recomienda a un practicante que trabaja un koan (o anécdota que le es propuesta por su maestro): no resolverlo, como si tuviera un sentido, tampoco que perciba su absurdo (que es también un sentido) sino rumiarlo "hasta que la muela caiga". El Zen, del que el haiku no es más que la rama literaria, aparece así como una inmensa práctica destinada a detener el lenguaje, a quebrantar esa suerte de radiofonía interior que emite continuamente dentro de nosotros hasta en nuestro sueño (quizás por eso se impide a los practicantes dormir), a vaciar, a pasmar, a desecar la palabrería incoercible del alma; y tal vez aquello que se llama en el len satori y que los occidentales no pueden traducir más que con palabras vagamente cristianas (iluminación, revelación, intuición) es sólo una suspensión pánica del lenguaje, del blanco que borra en nosotros el reino de los Códigos, el corte de esa recitación interna que constituye nuestra persona; y si este estado de a-lenguaje es una liberación, es porque para la experiencia budista la proliferación de segundos pensamientos (el pensamiento del pensamiento), o si se prefiere el suplemento infinito de los significados sobrenumerarios del cual el lenguaje es el depositario mismo y el modelo-aparece como un bloqueo: es, por el contrario, la abolición del segundo pensamiento lo que rompe el infinito vicioso del lenguaje. En todas estas experiencias pareciera que no se trata de aplastar el lenguaje bajo el silencio místico de lo inefable, sino de mesurarlo, de detener este trompo verbal que arrastra en su giro el juego obsesivo de las sustituciones simbólicas. En suma, es el símbolo como operación semántica lo que se ataca.
En el haiku, la limitación del lenguaje es el objeto de un cuidado que nos resulta inconcebible porque no se trata de ser conciso (es decir, de abreviar el significante sin disminuir la densidad del significado) sino, por el contrario, de actuar sobre la misma del sentido para lograr que ese sentido no se difunda, no se interiorice, no se dé por implícito, no se descuelgue, no divague en el infinito de las metáforas, en las esferas del símbolo. La brevedad del haiku no es formal; el haiku no es un pensamiento rico reducido a una forma breve sino a un acontecimiento breve que encuentra de golpe su forma justa. La mesura del lenguaje es aquello para lo que el occidental está poco dispuesto; no es que lo haga demasiado largo o demasiado corto, sino que toda su retórica le exige desproporcionar el significante y el significado, ya sea "disolviendo" el segundo bajo la marea palabrera del primero, ya sea "profundizando" la forma hacia las regiones implícitas del contenido. La justeza del haiku (que en ningún momento es pintura exacta de lo real sino adecuación del significante y el significado, supresión de los márgenes, rebabas o intersticios que comúnmente exceden u horadan la relación semántica), esta justeza posee evidentemente algo de musical (música de los sentidos y no forzosamente de los sonidos): el haiku tiene la pureza, la esfericidad y el vacío mismo de una nota musical; es quizá por eso que se dice dos veces, en eco. No articular más que una vez este habla exquisita, adscribir un sentido a la sorpresa, a la agudeza, a la instantaneidad de la perfección; enunciarla más veces sería postular que el sentido está por descubrirse, simular la profundidad; entre los dos, ni singular ni profundo, el eco no hace más que trazar un rasgo sobre la nulidad del sentido.


(Traducción de Javier Sicilia y Jaime Moreno Villarreal)


Saludos
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JL.Vicent
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Mensaje por JL.Vicent »

Extracto del prólogo de Adolfo García Ortega a El imperio de los signos, de R. Barthes.


"... La división comparativa que hace Barthes entre Occidente y Oriente surge a la luz de estas consideraciones semánticas. Occidente es el imperio del sentido. Aquí el signo está lleno, remite a las ideas de Orden y de Dios, en una orientación piramidal. El Oriente -aunque en propiedad sólo habría que decir "el Japón"- es el imperio de los signos, con la peculiar característica que perspicazmente supo traducir Barthes: imperio de signos... vacíos. No es cuestión, como escribirá Barthes, de plantearse una dirección en esos signos, una intencionalidad, una voluntad. Los signos son vacíos porque, en el fondo, no remiten a nada más que a su significante. El discurso occidental pasa, a través de la racionalización, por un filtro moral y cristiano, alcanza un fin ideológico. El discurso japonés se contiene a sí mismo y sólo aspira a significarse exento del sentido, independientemente de él. En ese Japón subjetivo que Barthes lee como si leyera un lenguaje, el significante es fuerte, ascendente, y el significado débil, sólo ucupa un lugar indicativo, muy imperceptible. El significado en Occidente está lleno de sentido, dicta de modo poderoso siempre en menoscabo del significante, el cual no posee un valor más que lejanamente estético o de mero vehículo."
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Radoslav Ivelic
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Mensaje por Radoslav Ivelic »

Muchas gracias,Lilí, Jorge y José Luis, por comentar.

Me permito exponer con mayor detención algunos de los conceptos que he utilizado.En primer término "La percepción". Ésta es una experiencia intuitivo-cognoscitiva que organiza y da sentido al mundo sensible. Nosotros no pensamos en nuestra vida real con puros conceptos, con puras abstracciones. Nuestra vida real está sumergida en lo que nos entregan las sensaciones visuales, auditivas, gustativas, olfativas, táctiles, además de otras muchas sensaciones que normalmente no se mencionan, como la sensación de nuestro propio cuerpo, que a veces nos parece ligero, alado, y otras, lento, pesado; está también el sentido del equilibrio...en fin, no vale la pena continuar con la enumeración.

Pero, la sensación sólo es un material para una capacidad humana: la percepción. Gracias a ésta le damos, intuitivamente, un sentido, al mundo sensible. Insisto en la palabra "intuición", que es un conocimiento inmediato, directo, que no necesita de un proceso de conceptos, juicios y raciocinios. Felizmente, porque gracias a la percepción nos instalamos en el mundo real. Es fundamental esta tendencia al sentido, propio de la percepción. Supongamos que, por arte de birlibirloque, un hombre de las cavernas diera un salto espacio-temporal y apareciera en nuestro siglo XXI. Este mundo nuestro, al que estamos habituados, sería ininteligible para el pobre cavernícola, es decir, no podría percibirlo; sólo tendría sensaciones caóticas,de extrañeza, de rechazo. No podría darles sentido, es decir, no podría percibirlos.

Es la percepción el eje central del haiku, que une, indisolublemente, de manera intuitiva, la sensación con el sentido. Y es esta indisolubilidad la que yo llamo símbolo y no en otra de las innumerables acepciones que esta palabra tiene. Es esta unidad la que, a través del haijin ,"limpia" nuestra vista, nuestro oído, nuestras sensaciones gustativas, olfativas, etc. El mundo sensible adquiere plenitud, recobra su valor primigenio, se hace nuevo, re-conocemos su riqueza y trascendencia:

Ante los crisantemos blancos
las tijeras vacilan
un instante.


(Buson)
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Radoslav Ivelic
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Mensaje por Radoslav Ivelic »

HAIKU, SÍMBOLO Y LENGUAJE

Hay un aspecto más que considerar en torno al símbolo en el haiku: su valor del lenguaje.
Se ha dicho que en el haiku interesa la expresión verbal, sólo en cuanto nos remite a los seres nombrados. Como prueba se afirma que la traducción del haiku a otro idioma, no cambia en nada su significación.

¿Es esto así?

A mi me parece que la lengua (es decir esa entidad con la cual se comunican las comunidades en su propio idioma) no es equivalente a otra lengua. No es lo mismo un haiku en lengua japonesa, que su traducción a otro idioma, por ejemplo, al castellano. Este hecho tiene su raíz en que cuando hablamos en un idioma determinado, está implicado en él el “genio” de la lengua, que no es otra cosa, sino la idiosincrasia de un pueblo: su modo de pensar, sentir y actuar. Este hecho afecta también, obviamente, a la estructura del idioma, a los sonidos utilizados, a su entonación y demás componentes característicos de cada lengua.

Por esta causa, a mi juicio, no es indiferente la traducción de un haiku. Si una persona está traduciendo un texto de un escritor chileno y se encuentra con la palabra “huevón” y no sabe el sabor especial que tiene esta palabra en Chile, pensará que se trata de un “huevo grande”. En cambio, para el chileno equivale a “persona de pocas luces, no avispado”, es decir, un tontorrón al cual es fácil engañar. Otro ejemplo: el “canelo” es un árbol, pero para los mapuches (pueblo originario prehispánico, en Chile) es un árbol sagrado. Si recurro a un texto de botánica obviamente no incluirá este sentido.

Creo que estos ejemplos bastan para ilustrar que en el valor simbólico de la "palabra" en el haiku, entran todos los componentes antes enunciados.

En síntesis, leer y comprender un haiku japonés traducido al español, no es exactamente lo mismo que leerlo y comprenderlo en el idioma original.

No afirmo con lo expuesto que toda traducción sea una “traición” en términos absolutos.

Habría que revisar caso por caso.
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JL.Vicent
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Mensaje por JL.Vicent »

Cierto que cada lengua crea su mundo y que los limites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Hablamos de la relatividad ontológica y de la inescrutabilidad de la traducción.

En cierta ocasión, aquí en el Rincón (en El preguntón), el amigo Raijo le planteó la siguiente duda a Vicente Haya:

Estimado Vicente:

Gracias a ti y a otros especialistas en la lengua japonesa vamos conociendo sus diferencias con el castellano. Acerca de esto, mi pregunta -próxima a la del amigo José Luis Vicent- es la siguiente: ¿Podemos pensar que tales diferencias son relevantes en cuanto a las categorías (o tipos de predicado) de la tradición occidental? Precisándolo un poco más (y pidiendo disculpas a todos por esta manera de hablar tan profesionalmente deformada) me pregunto si cabe aplicar a la lengua japonesa de igual manera que a los idiomas occidentales la crítica a las categorías que expresa Nietzsche insistiendo en que éstas niegan el “devenir”, y la que hace Heidegger por considerar que no dejan mostrarse la “ocultación” como aspecto constitutivo de la verdad en su desvelamiento. Pues bien, poniendo al margen en qué lugar hayan buscado ellos lo originario, ¿escapa la lengua japonesa a las críticas al lenguaje de ambos pensadores europeos?

Gracias, Vicente, por tu amabilidad y también por animarnos tanto a que dejemos sin miedo que el haiku nos hable en nuestra lengua.

y su respuesta, la de Vicente Haya, fue muy escueta, directa y casi diría que pragmática:

El haiku "muestra" aquello de lo que habla. Es evidencia pura. Lo que deja oculto es lo que tú como lector desconoces. El velo está en tu ojo, no en la realidad.


No sé si será suficiente para cada uno de nosotr@s.


Saludos
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Radoslav Ivelic
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Mensaje por Radoslav Ivelic »

De acuerdo. Si no existe una sintonía verbal entre el original y la traducción, ésta es insuficiente y "traidora" en distinta proporción, según cada haiku en particular. Quiero insistir en que la traducción puede acercarse mucho al original, pero me parece que la coincidencia absoluta podría ser (lo pongo en condicional) imposible, por todo lo que he expuesto.

El velo está en el ojo, sí; pero un ojo que "verbaliza" lo visto, desde las categorías de cada lengua.
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JL.Vicent
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Mensaje por JL.Vicent »

Fíjate qué casualidad, amigo Radoslav, que tenemos un buen ejemplo para ver todo esto que estás planteando e intentar llevarlo a la práctica, tal y como en un principio haría un traductor: me refiero al ejemplo que hace poco expuso Luis Carril respecto a ese haiku que cierta maestra y haijin japonesa le remitió a Keiko Kawabe sobre los efectos de aquél tsunami que arrasó una buena parte de las islas. Con los términos de base (el léxico) que proporciona Keiko, se ha abierto un interesante despliegue de propuestas o ensayos de traducción... así podemos observar esto último que dices sobre la explicación de Haya respecto al velo y "el ojo que verbaliza" (yo lo llamaría también oraciones observacionales) y no sé si es correcto decir desde "categorías" de cada lengua ya que era justamente eso mismo lo que Raijo le planteaba a Haya, si nuestros conceptos de categoría sujeto-predicado valía igual para el idioma japonés o el chino...que más bien son lenguajes que bien podríamos determinar como ante-predicativos (un budistas diría pre-simbólico). Bien, pues ahí tenemos un buen ejemplo que poner en marcha: todos hemos captado el fondo del haiku en cuestión; todos sentimos el impacto y no menos conmovedora imagen de alguien cuyo empeño es hallar unos restos, de personas, de objetos, de lo que sea que pueda traerse de nuevo junto a nosotros. Y con todo, bajo un cielo de atardecer que se nos muestra completamente ajeno a esa tragedia, de gran belleza. Esto es lo que nos deja en suspenso ante todo verbalismo; ya no hay palabras que valgan aunque nos empeñemos en buscar correspondencias, alegorías y simbologías (no en el sentido que tu expones, desde luego, respecto al uso del termino "símbolo"); aquí termina todo lenguaje y comienza todo no saber...(e iba a añadir: toda ciencia trascendiendo...)

http://www.elrincondelhaiku.org/foros/v ... highlight=


Saludos
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Mensaje por Radoslav Ivelic »

José Luis, transcribo el haiku al cual aludes:

泥掻いて泥掻き出して春夕焼け

doro kaite doro kakidashite haru yûyake


• doro: barro o fango, se refiere a la tierra arrasada por el tsunami.
• kaite: una transformación del verbo "kaku" para continuar con la siguiente frase. Uno de los sentidos es "con la mano o herramientas, tirar o empujar las cosas alrededor", por ejemplo, yuki o kaku (quitar la nieve). En el diccionario traduce "escarbar", "remar" o "rascar" (aunque los últimos dos no pega) .
• kakidashite: el sinónimo de "kaku". Un verbo compuesto con "dasu". "dashite" es la trasformación del verbo "dasu" para continuar al siguiente frase. "dasu" significa "retirar", o "recoger". O sea,"kaki-dashite" enfatiza el sentido "retirar".
• haru: primavera
• yûyake: arrebol de la tarde

Creo que es decidor el punto de vista desde el cual se analizó el poema, que es "explicado" desde las palabras utilizadas. Es un análisis lingüístico, que explica el impacto que produce el haiku; que te lo produjo a ti y a mí. Una vez más, el lenguaje en el haiku no es instrumento, tiene un valor en sí y nos conecta con la realidad, des-cubriéndola desde las palabras y en las palabras. El lenguaje ha seleccionado la realidad, verbalizándola, sugiriendola. Entre otras cosas, la realidad, al ser verbalizada, ésta se entiende desde la lengua. El haijin ha captado la capacidad de seleccionar las palabras para convertirlas en imágenes verbales, que se entienden a cabalidad como la capacidad del hombre para expresarse. Escamotear el lenguaje es escamotear el haiku.
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Mensaje por Radoslav Ivelic »

En el haiku hay una condensación semántica, gracias a la expresión verbal. El haijin toma sólo las características relevantes de las realidades que quiere expresar. De otra manera sería una agotadora descripción inútil. La condensación semántica produce la sugerencia, el sentido.

Otro aspecto importante del lenguaje del haiku lo enontramos en el poema de Busón ya transcrito:

Ante los crisantemos blancos
las tijeras vacilan
un instante.


La condensación semántica deja sólo lo relevante significativo, utilizando también un recurso literario, sin incluir la metáfora, que nos llevaría al poema lírico en vez del haiku. Me refiero a la expresión "las tijeras vacilan", que es una personificación basada en una metonimia. Gracias a ésta, se invierte la relación causa-efecto: ya no es el yo del haijin la causa, sino es la tijera misma, y por eso mismo logra el efecto deseado, al escamotear el "yo". El sujeto agente es la tijera.Esta metonimia implica también tomar la parte por el todo (sinécdoque): la tijera, sin el que la maneja.

A mayor abundamiento, transcribo un comentario de Mercedes Pérez, en la sección "Haikus":

"Gracias Luis.... hace nada me preguntaba acerca de la discrección de los haijines japoneses que a pesar de habitar una tierra tan proclive a los desastres naturales, apenas dejan entrever en sus haikus, al menos en los que nos han llegado, esas terribles situaciones a las que se ven sometidos. No aluden a los tsunami, ni a los terremotos de forma directa en sus haikus... resulta curioso ¿no?

¡Qué elegancia y qué lección de saber estar ante lo que se manifiesta y ante lo que es, magnánimo e inaprensible!

Un abrazo, Mercedes."
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Mensaje por JL.Vicent »

Gracias de nuevo, Radoslav, comparto lo que expresas, que el lenguaje no es instrumento sino que el habla, habla.

Un recordatorio sobre las "supuestas tijeras" de Buson.

http://blogs.periodistadigital.com/elal ... n-revisado


Un abrazo
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Mensaje por Radoslav Ivelic »

Interesantísima cita, José Luis. Pone en evidencia las dificultades de "traducir". La traducción que yo he utilizado, nos enfrenta a otra capacidad, la de re-crear: la traducción puede dar lugar a un nuevo y original haiku, más que a una mera traducción "traidora".
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JL.Vicent
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Mensaje por JL.Vicent »

Literalmente, aunque desordenando el orden original para ser fieles a la expresión japonesa, estaría diciendo:




El aspecto del monje que piensa:
“¡Venga, vamos a cortar
el loto blanco!"



Tienes razón, traducir poesía es hacer otra distinta con mejor o peor fortuna. Pero la re-creación ya no es el sentido original; y lo que una traducción pierde del original nos llevará probablemente a otro lugar, al "yo" del traductor-recreador. Son, ya lo sabemos, las desventajas de no poder leer un poema en su propia lengua. Aquí, en el original, ya no hay personificación, metonimia ni sinécdoque. Figuras que sólo tienen sentido desde nuestra logocéntrica mirada; y puedo entender que así sea cuando se analicen traducciones-recreaciones, pero no desde la propuesta del haiku. Lo que algun@s queremos saber es si puede hacerse un haiku auténtico escrito en castellano, y ya que no en el idioma de origen sí en el espíritu y la sensibilidad que nos está insinuando la verdad del haiku.
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