Ese día, las hojas ya se habían comenzado a caer y algunas se agolpaban entre los edificios o rodaban por las calles hasta que el viento desaparecía. Era una mañana nublada de otoño y, a la par del alba, salí de mi casa, caminando hacia el trabajo. A mediodía, traté de encontrar por los alrededores una sucursal bancaria, pero la habían trasladado. Tras el almuerzo, busqué sin éxito otro cajero automático. Al atardecer, me dispuse a hacer la compra, antes de regresar a casa.
La luna había comenzado a brillar y me pesaban las piernas. Había concluido el día hastiado de mis obligaciones. Para colmo, corría un recio viento y el camino de vuelta se me antojaba de lo más desagradable. La mañana había sido fría y yo había estado andando todo el día. Levanté la cabeza y contemplé el cielo: vi las nubes, otras distintas a las del alba, que también marchaban hacia otro lugar, amontonadas, formando gigantescas aglomeraciones, llenas de silencio. Me di cuenta entonces de que no había hablado con nadie.
Aquellas nubes que marchaban y habían marchado, sin descanso, en silencio, todo el día; yo, que marchaba y había marchado, sin descanso, en silencio, todo el día. ¿Qué nos había diferenciado en nuestro hacer? Ellas estaban arriba, yo, abajo y, sin embargo...
todo el día
marchando bajo las nubes
en silencio
cualquiera (las nubes)
- Gorka Arellano
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Me sobrecoje la clarividencia del pensamiento, el inconfundible y complicado mimetismo entre el ser humano y la naturaleza. Uno es todo.
Gracias, Viento, por hacernos partícipes de la vida.
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Me entretengo
en donde se entretienen
las vacas
(Santoka)
http://escriureesviure.blogspot.com.es/
Joan Anton
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