Agosto 2007

Haikus destacados por los participantes del foro
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JL.Vicent
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Agosto 2007

Mensaje por JL.Vicent »

Estimados todos, compañeros:

He tenido el honor de haber sido invitado por nuestro editor, para colaborar en la selección de los haikus presentados durante el mes de agosto. Muchísimas gracias, Luis, por tu generosa invitación.
Mi selección quiere estar centrada desde una atención estética sobre las características percibidas como lector. Por tanto, como en toda selección -al igual que sucede con las palabras en la composición de nuestros propios haikus- debemos elegir y desechar sólo en función del gusto, puesto que no es el objeto físico el que nos deleita, sino su presentación sensorial.

Dicho lo cual comienzo ya mi selección.


De il.balan


sube y baja
según el viento
un diente de león



Todo en él es puro movimiento. Un haiku que aunque parezca casi etéreo está pleno de fuerza debido precisamente a su intrínseca levedad. ¿Quién podría comprender lo caprichoso que es el viento si no existiesen los dientes de león?




De Rafael Costa


Breve chubasco,
bandada de gorriones
bajo la acacia.


Brevemente, como el disparo de una instantánea, este haiku me vuelve a mostrar a las claras la estrecha hermandad del hombre con los animales; esa Inteligencia común de la que formamos parte como seres vivos, y no porque ésta sea una mínima expresión de lo que digo (sabemos todos de lo que son capaces los animales) sea por ello menos maravilloso.


Los moscardones
sobre la fetidez
del perro muerto.



No cabe mejor expresión, para señalar de un modo ostensivo lo que ya no tiene apenas forma, que nombrando lo que más nos conmociona y a la vez nos aproxima a lo que fue ese animal, el sentido del olfato elevado a la quinta potencia: la fetidez misma llenándolo todo y llenándose de moscardones.






De Santiago Larreta Irisarri


sobre la mesa
el libro cerrado
toda la tarde



Como lector, a mí este haiku de Santiago, me produce una gran sacudida en la conciencia. Y hace que piense inevitablemente en cuántas maravillas grandes o minúsculas habré dejado correr simplemente por no haber sabido dejar a tiempo un libro cerrado y olvidado sobre una mesa. No creáis, como dijo aquél filósofo, que la naturaleza toda esté escrita en caracteres matemáticos. Lo que daríamos todos por conocer lo que esos ojos de haijin han visto y han sabido leer en su amada tierra.



tardes tibias
tiempo de ciruelas
otra vez



He aquí un haiku cuya degustación no tiene final. Ese “otra vez” viene a subrayar lo que afirmo. ¿De cuántas maneras podríamos estar haciendo hincapié en lo mismo?: que la vida y lo que en ella acontece siempre es otra vez y desde “in illo tempore”.



De Pintura


Cielo estrellado:
la tos y los ronquidos
casi al unísono



Qué bien reflejada ha quedado la relación de lo inconmensurable, con el no menos infinito microcosmos que supone el ser humano, ese mismo que tose y ronca. ¿Acaso no es igual de asombroso el que una estrella centellee o titile? Y no es que suceda “casi” al unísono, qué va: es que está sucediendo ya por completo, absolutamente, en una exacta totalidad que sobrecoge.



De Raijo


Una ranica
recorriendo a saltos
todo el barbecho



No sólo seguimos con la mirada a este diminuto y simpático ser a través del barbecho, sino que inevitablemente nos preguntamos por qué ese afán y ese esfuerzo en saltar y saltar. ¿Hacia qué lugar o a qué cita tan sumamente importante la conducirán sus potentes ancas? ¿Estoy seguro de que podéis imaginároslo?



De Mavi


Pequeño estanque
La carpa engulle un cacho
de pan mohoso




Un estómago hambriento como un agujero negro tragará todo lo que se pueda comer, esté o no mohoso, tan cierto como que ese pan le cayó del cielo.
Este haiku me ha hecho recordar un cuento del poeta japonés Sakutaro Jaguiwara (1886-1942); se titula, “El Pulpo que no Murió”. (*)
Un abrir y cerrar de boca. Visto y no visto, como un número de magia. ¿Tan sólo eso? No puede uno menos que contrastar la pequeñez del estanque donde mora cautiva esa carpa, con la enormidad de esa boca engullidora.






La escoliosis del enterrador
Tibia humedad de otoño



Cuando en algún momento de mi caminar como poeta de haiku me sienta como que pierdo el rumbo sumido en la confusión de formas y estilos, sé que volveré a este par de versos que ponen en comunión al hombre con la naturaleza, a la vida con la muerte y en donde ambos, seres y cosas gravitan en estrecha y misteriosa relación y armonía. Gracias, Mavi, por compartir con todos nosotros esta lección de haiku.



De Maramín


anochecida-
entona el ruiseñor
su melodía




Con el haiku de Maramín aquí expuesto me he llevado una curiosa y grata sorpresa. Quizá algún buen día sepáis todos por qué. Mientras tanto (y disculpadme el intríngulis) no vayáis a creer que por simple, este haiku está exento de una profundidad abisal. Esa melodía, que nos llega casi desde la noche de los tiempos, continúa siendo del mismo ruiseñor..., el mismo al que cantara Onitsura.



De Palmira


Todo cubierto
de carteles, el muro
va deshojándose



Me ha gustado la correspondencia entre esa caducidad de las hojas de los árboles y la de esos carteles, pongamos por caso postelectorales, que recubren las paredes y muros de cualquier ciudad del mundo. Papel que al fin y al cabo ha sido extraído de la misma materia de la que proceden los árboles de hoja caducifolia.


Bajo la lluvia,
esta ciudad parece
cualquier ciudad.


Un espléndido haiku tal cual y en cuyo fondo o sustrato unifica a personas y geografías por distintas que puedan parecernos a primera vista.



De María

Me han gustado mucho todos, pero voy a destacar sólo dos, y entre ellos, ésta maravilla de Haiku, así, con mayúscula.


Rumor de agua-
se apresura el rebaño
hacia el arroyo




Estoy de acuerdo con la apreciación de Frutos (y creo que de todos), en que éste haiku sea uno de los más auténticos que se hayan expuesto en el mes de agosto. Un haiku arquetípico. Quizá por ello nos haya tocado a todos la fibra más sensible como haijines. Este es un haiku que muchos de nosotros quisiéramos haber escrito. Mi enhorabuena por ello María.




Olor a espliego-
la vieja bicicleta
en el desván.



Otra vez el olfato como estimulador de la memoria. Sea lo que sea lo que esté en ese desván que algunos llaman memoria, seguro que si tiene olor tiene entonces su recuerdo apropiado; su experiencia vinculante. Y a partir de ese instante, de ese efluvio, seremos capaces de desplegar todo nuestro mundo, de pedalear sin esfuerzo campo a través por nuestros sentidos.




De Rodolfo Langer


un viejo piano
sólo polvo alrededor,
y el silencio.



El sonido del silencio. Esta soledad y quietud del sabi. Qué extrañeza produce contemplar ese objeto diseñado expresamente para sonar y sonar ininterrumpidamente y hallarlo así, con esa pátina de vejez que sabe otorgar el polvo sobre los objetos aparentemente viejos, aunque estos sigan afinados y expectantes.




De Jorge Moreno Bulbarela


montoncillo de tierra
entre adoquines –
aún hormiguean los astros



Como en el caso de Pintura, qué maravilla de haiku micro y macrocósmico (en verso libre) que nos ofrece el amigo Jorge; la comparación interna que modula la razón de ser de este poema es acertadísima bajo mi punto de vista. Si nuestro mundo es un montoncillo de tierra en la inmensidad del universo, y nosotros y los astros, estamos hechos de la misma materia, del mismísimo polvo de los cometas, ¿qué serán esos adoquines entre los cuales gravitamos? Asomarse a este haiku, es como mirar directamente a un precipicio sin fondo: el vértigo.





Para despedirme de todos vosotros, me gustaría repetir las palabras de José María Bermejo citadas en su intervención como editor invitado en el primer semestre de la Pizarra 2007, “la selección –nunca excluyente- es siempre personal, intuitiva...”


Un cordial saludo,


José Luis Vicent


(*) “El pulpo que no murió.” “Un pulpo que agonizaba de hambre fue encerrado en un acuario por muchísimo tiempo. Una pálida luz se filtraba a través del vidrio y se difundía tristemente en la densa sombra de una roca.
Todo el mundo se olvidó de este lóbrego acuario. Era de suponerse que el pulpo debía estar muerto y sólo podía verse el agua podrida iluminada apenas por la luz del crepúsculo.
Pero el pulpo no había muerto. Permanecía escondido detrás de la roca. Y cuando despertó de su sueño tuvo que sufrir hambre terrible, día tras día en esa prisión solitaria, pues no había carnada alguna ni comida para él.
Empezó a comerse entonces sus propios tentáculos. Primero uno, después otro.
Cuando ya no tenía tentáculos empezó a devorar poco a poco sus entrañas, una parte tras otra.
En esta forma el pulpo terminó comiéndose todo su cuerpo, su piel, su cerebro, su estómago, absolutamente todo.
Una mañana llegó el celador, miró dentro del acuario y sólo vio el agua sombría y las algas ondulantes. El pulpo había virtualmente desaparecido.
Pero el pulpo no había muerto. Aún estaba vivo en ese acuario mustio y abandonado.
Por espacio de siglos, tal vez eternamente, continuaba viva allí una criatura invisible, presa de horrenda escasez e insatisfacción.”
Todo lo bello tiene una marca de eternidad. Simone Weil
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