Dejo el coche y salgo a andar por un camino que sé donde me lleva. Hay una pequeña altitud cuando comienzo a caminar y se ven los campos de La Mancha, divididos entre el amarillo de la recién finalizada siega y el marrón de la tierra labrada. No hay uniformidad, salvo arriba, en la claridad absoluta del cielo, totalmente azul, sin una sola nube. Llego a un paraje donde hay un riachuelo. Hay un riachuelo porque lo sé y porque lo escucho débilmente, pero solo al llegar a él. Casi no lleva agua…ni sonido. Las copas de los chopos comienzan a amarillear en este incipiente otoño. Sigo subiendo y diviso la casa a la que voy. No sé de quién es. Solo sé que está allí y que desde el primer momento me sorprendió. Tiene un gran porche con unos bancos forrados de azulejo azul. Nunca me he encontrado a nadie, tampoco esta vez. Me siento en uno de los bancos y observo el horizonte, mezcla de amarillo, marrón y azul y escucho y observo como la brisa mueve las hojas de un pequeño olmo. La última vez que fui era verano y estaba cubierto de hierbas secas…
limpió las hierbas
el dueño de la casa –
brisa otoñal
Limpió las hierbas
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Se dice que lo mejor que se puede decir de un haiku es repetirlo. Bien, pero acerca de un haibun ya no sería tan fácil , así que prefiero comentar y decir que me hiciste compartir el paseo de principio a fin, de prosa a verso. Felicidades, Antonio.
Un abrazo,
jor
Un abrazo,
jor
Si miro con cuidado la nazuna florece junto al seto Bashoo
- Gorka Arellano
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