Por la falda de la sierra se levanta una débil neblina que rezuma en la hierba innumerables gotas de rocío. Nuevamente se escucha el cuco en el pinar y asciende desde el fondo del valle el resonar del agua llenando el embalse. Bajo la luna menguante, un campesino, empapado de sudor, recorta las matas que dan al camino.
Luna de día.
Se posa en el belcho*
una libélula roja.
Gracias, Mavi. Me está “prestando por la vida” (como se suele decir por tierras asturianas, mi patria adoptiva) escribir haibun, precisamente por su capacidad de aglutinar la lengua natural del haiku y la prosa literaria. Un molde perfecto para acompasar los latidos de mi escindido corazón de poeta.