- Hola doctor... perdone que me presente, así tan de sopetón... pero es que me sentía con la necesidad de acudir a usted.
- No se preocupe, pase. ¿Cómo se llama?
- Mi nombre es Natasha Rostova. Vengo de Mokroie. De hecho, hace tan solo unos minutos que mi carrtero ha aparcado en frente de su consulta.
- Vaya, vaya... entonces tiene que ser algo importante para venir hasta aquí en este día frío y nublado de otoño.
- Pues si doctor. Mire, voy a ir al grano: soy aspirante de haijin. Trato de escribir haiku lo mejor que puedo; pero por razones desconocidas siempre me quedo en blanco en el primer y último verso. Por ejemplo:
-------------------
Vientos fríos
de otoño.
Y no se seguir, ni empezar... y me entristece... me frusto muchísimo. Ayúdeme, por favor... debe de haber un unguento, seguro.
El doctor Gurib empezó a preguntarse, en su interior, si de verdad merecía la pena ejercer la medicina rodeado de tanto loco; o bien directamente probar suerte en un sanatorio mental.
- Pues, mire... la solución no la sé. Ni siquiera conozco eso del haiku. Pero de vez en cuando han venido otros escritores por falta de inspiración y yo, como solución, les he recetado unas botillitas de vodka.
- ¡Ay, no! El vodka es la sangre del diablo, doctor.
- Figúrese usted, señorita Rostova, que el tal Antón Chéjov, escritor novel, le acaban de publicar El espigón verde en la revista La Campana; y tenía lo mismos lapsus que usted. Gracias a mi consejo de beberse una botellita con un poco de mermelada antes de escribir, acabo recibiendo la inspiración que tanto necesitaba, y los lapsus se fueron.
- Bueno, doctor, pues seguiré su consejo. Pero por favor, no escriba vodka, sino otra cosa. Me da pavor presentarme con una receta así en una botica... ¡Qué doctor tan bueno es usted, papaíto!
El doctor Gurib sonrió humildemente y en la receta, escribió: bicarbonato.
Problemas de acidez.
Vientos fríos
de otoño.
En honor al cuento Espigones rurales de Chéjov.
