tocaron suelo
a la vez: la paloma
y la hoja seca
a la vez
- Konstantin Dimitrov
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- Luis Carril
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- Luis Carril
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Mmmm. Aunque estoy de acuerdo con Enrique Linares en cuanto a que escribimos demasiado y comentamos demasiado poco, yo no suelo comentar, más por pudor que por falta de ganas, que las tengo y muchas.
En este caso en concreto tantas, que veceré mi pudor y enumeraré -según mi propio y humilde punto de vista- las bondades que hacen de este haiku un ejemplo para los que empiezan a recorrer este camino y aun para los que en este camino ya han ido acaso demasiado lejos. Empiezo:
¿Por qué no comenzar con la a veces denostada métrica? Perfecta en esta ocasión. No es un asunto cabalístico -seguro que 3-6-3 ó 4-9-9 daría lo mismo que 5-7-5-, es un reto. El haijin, tan artesano o más que artista, lo acepta y lo supera.
El kigo. ¿Alguien duda que es otoño? El haijin ofrece un kigo eficaz -lo que es importante- y sencillo -lo que no lo es menos. Una hoja que cae, otoño. Punto.
El kire, la clave, la técnica más poderosa del haiku. El kire es la bisagra, es la doblez por la que un haiku se desdobla y pasa de ser una foto -una pretensión en exceso modesta a mi juicio- a convertirse en vivo, en animado, en un cortometraje, en una representación total de un instante. El kire relaciona partes del haiku, en este caso a los protagonistas con la acción que protagonizan. Como véis, Frutos tiene debilidad por el empleo de los dos puntos como kire, pero otros emplean comas, guiones o ningún signo ortográfico en absoluto, valiendo como kire la mera disposición de los versos. Aunque es lo más común, no tiene por qué ir situado al final del primer o segundo verso. En este caso, de manera natural, el kire encuentra su lugar por en medio del segundo verso.
El haijin presta, humilde y modesto, sus dotes a un instante cotidiano. Primero, su sensibilidad para captar un instante cotidiano merecedor de ser rescatado de la corriente del tiempo (la poesía es la palabra en el tiempo, decía Machado); después su técnica para ofrecernos ese instante en forma de haiku. El haiku, o es eficaz o no es haiku. El ser vivo y el ser muerto tocan el mismo suelo y al mismo tiempo, y esos dos tactos, que comparten tiempo y espacio, no comparten nada más y sobre todo no comparten significados en absoluto.
Como véis, y siguiendo las recomendaciones de los maestros, en este haiku son dos los focos de atención: la paloma y la hoja. Dos. De ser tres asfixiarían la atención del lector, y de ser uno tal vez sería la atención del lector la que asfixiaría al haiku. Dos elementos, en relación, el número más adecuado para un haiku.
Bueno, no se me acaba lo que decir, porque podría escribir más y más frases -otra de las cosas que me inhiben a la hora de comentar haiku: mi incontinencia verbal- sobre este magnífico haiku. Pero sí se me están acabando las ganas, porque, gracias a Dios, me está volviendo el pudor. Sí, es un poco de mal gusto destripar los haiku, pero no he podido contenerme al parecerme este no ya bueno -muchos de Frutos lo son- sino además tremendamente didáctico.
Espero que todos lo encontréis también así y que así o de cualquier otra forma lo hayáis disfrutado. Y que me perdonéis el peñazo o si se me ha escapado algún ramalazo de pontífice (¡qué apuro!)
Venga, abrazos a todos.
En este caso en concreto tantas, que veceré mi pudor y enumeraré -según mi propio y humilde punto de vista- las bondades que hacen de este haiku un ejemplo para los que empiezan a recorrer este camino y aun para los que en este camino ya han ido acaso demasiado lejos. Empiezo:
¿Por qué no comenzar con la a veces denostada métrica? Perfecta en esta ocasión. No es un asunto cabalístico -seguro que 3-6-3 ó 4-9-9 daría lo mismo que 5-7-5-, es un reto. El haijin, tan artesano o más que artista, lo acepta y lo supera.
El kigo. ¿Alguien duda que es otoño? El haijin ofrece un kigo eficaz -lo que es importante- y sencillo -lo que no lo es menos. Una hoja que cae, otoño. Punto.
El kire, la clave, la técnica más poderosa del haiku. El kire es la bisagra, es la doblez por la que un haiku se desdobla y pasa de ser una foto -una pretensión en exceso modesta a mi juicio- a convertirse en vivo, en animado, en un cortometraje, en una representación total de un instante. El kire relaciona partes del haiku, en este caso a los protagonistas con la acción que protagonizan. Como véis, Frutos tiene debilidad por el empleo de los dos puntos como kire, pero otros emplean comas, guiones o ningún signo ortográfico en absoluto, valiendo como kire la mera disposición de los versos. Aunque es lo más común, no tiene por qué ir situado al final del primer o segundo verso. En este caso, de manera natural, el kire encuentra su lugar por en medio del segundo verso.
El haijin presta, humilde y modesto, sus dotes a un instante cotidiano. Primero, su sensibilidad para captar un instante cotidiano merecedor de ser rescatado de la corriente del tiempo (la poesía es la palabra en el tiempo, decía Machado); después su técnica para ofrecernos ese instante en forma de haiku. El haiku, o es eficaz o no es haiku. El ser vivo y el ser muerto tocan el mismo suelo y al mismo tiempo, y esos dos tactos, que comparten tiempo y espacio, no comparten nada más y sobre todo no comparten significados en absoluto.
Como véis, y siguiendo las recomendaciones de los maestros, en este haiku son dos los focos de atención: la paloma y la hoja. Dos. De ser tres asfixiarían la atención del lector, y de ser uno tal vez sería la atención del lector la que asfixiaría al haiku. Dos elementos, en relación, el número más adecuado para un haiku.
Bueno, no se me acaba lo que decir, porque podría escribir más y más frases -otra de las cosas que me inhiben a la hora de comentar haiku: mi incontinencia verbal- sobre este magnífico haiku. Pero sí se me están acabando las ganas, porque, gracias a Dios, me está volviendo el pudor. Sí, es un poco de mal gusto destripar los haiku, pero no he podido contenerme al parecerme este no ya bueno -muchos de Frutos lo son- sino además tremendamente didáctico.
Espero que todos lo encontréis también así y que así o de cualquier otra forma lo hayáis disfrutado. Y que me perdonéis el peñazo o si se me ha escapado algún ramalazo de pontífice (¡qué apuro!)
Venga, abrazos a todos.
- Luis Emilio
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