Un increíble registro de los ciclos que nos rodean, atraviesan y constituyen, -el contemplador de ciclos, ciclo al fin- : el sol que acaba el día y con la primicia del lucero ya será la noche, la tierra labrada, ya no tersa, terrones en el surco, la semilla enterrada en su ciclo invisible : El sol poniente no es aún la noche, la tierra rota no es aún almendros, los ciclos anteriores al sustantivo nos dejan frente a frente ante una flor, una sola flor, su breve lapso es el remate del haiku : lo único con lo que nos quedamos, brevemente. Y en su momentánea existencia la flor del linde es lo perceptible alrededor de lo cual giran los ciclos perentorios del día e incipientes del almendro. Es el ojo del haijin el que labra la tierra, descubriendo y describiendo sus incesantes ciclos.
Una maravillosa muestra de lo sagrado, y de la diferencia entre el instante y la instantánea en el haiku : la instantánea nos llama la atención, puede parecernos un aware, pero cuando la consonancia, cierta simultaneidad, como un armónico, la constelación intuída entre esos elementos que están allí, captados, descubre ese armónico, ese cosquilleo, ese otro espesor, ese otro ancho de lo que sucede ante la percepción; es el Instante, es el Aware, lo sagrado se cuela y el haijin lo retiene en su tamiz.